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Viaje de exploración hacia la lengua de la historiografia: las crónicas de Indias en su trayectoria europea

Publication date: 2012-11-21

Author:

Delahaye, Marieke
Lambert, Jose ; D'hulst, Lieven

Abstract:

Top of Form Los textos escritos en base a fuentes de distintas épocas, culturas y lenguas hacen uso explícito o implícito de la traducción (o de las traducciones). La forma en que se llevan a cabo tales operaciones puede variar considerablemente de acuerdo con los procedimientos lingüísticos y discursivos aplicados, y con los sistemas de referencia utilizados (o la forma en que se manejan las fuentes). La interpretación y la representación de las fuentes es un problema recurrente en la mayoría de las disciplinas; a fortiori, también es el caso en los estudios de traducción. Si admitimos que la historiografía “(…) is an especially good ground on which to consider the nature of narration and narrativity" (White, 1981:8), también será cierto para el estudio del carácter narrativo de textos historiográficos en traducción. Por cierto, tales puntos de vista han sido abordados anteriormente en relación con la traducción, aunque casi siempre en el contexto del discurso literario, tal cual fuera expuesto por José Lambert a partir de 1974 (Lambert, 1977:653-668). La reciente historiografía de la traducción, sin embargo, no trata realmente este tipo de problemas narratológicos. Hasta el presente, la historiografía occidental muy raras veces ha sido estudiada desde este punto de vista textual y narratológico. Sin embargo, la historiografía se basa en gran medida en el discurso (multilingüe), o sea, en la información lingüística. Los acontecimientos que preceden este discurso historiográfico son multilingües en sus orígenes, ya que consisten principalmente en encuentros - pacíficos o no - con "el Otro", a veces intraculturales, aunque mayoritariamente interculturales. Pero la historiografía moderna es a menudo monolingüe, y rara vez menciona problemas de lengua o de traducción en su disciplina. Existe interés, sin embargo, en la cuestión del idioma con respecto al contexto de encuentros históricos interculturales tales como el que se produjo entre los conquistadores europeos y los pueblos indígenas; prueba de ello, los trabajos realizados por Greenblatt (1976 y 1991), Todorov (1984) o Cheyfitz (1991). Pero la lengua de la historiografía parece un tema bastante poco explorado.A menudo nos olvidamos que, precisamente por su íntima relación con el lenguaje y el discurso, la historiografía fue considerada durante mucho tiempo como un género literario, lo que sin duda provoca dificultades a la hora de vincularla con ambiciones científicas. Ahora bien, la aparición de la moderna historiografía científica a finales del siglo XVIII no habría sido capaz de borrar la sombra de la influencia ideológica en la formación de imágenes, asociada con el punto de vista nacional y nacionalista; en efecto, los historiadores representan el pasado en función de los dictados políticos y sociales contemporáneos, por lo que las representaciones previas y generalmente canonizadas de la historia se encuentran problematizadas: un nuevo presente impone un nuevo pasado (“een nieuw heden dwingt (…) tot een nieuw verleden”) (Schepens, 1998:84 ss.). La historiografía en general, o la posibilidad de conocer y de representar la historia de facto, se cuestiona cada vez más - y sobre todo a partir de la era poscolonial - por investigadores de las antiguas colonias tanto como en Europa Occidental.En el pasado, la traductología, o la (joven) ciencia de la traducción, se ha dedicado esencialmente a los textos literarios por una parte, y a otros campos altamente especializados, tales como la traducción de textos legales o del discurso religioso, económico y financiero. La lengua de la historiografía, no obstante, ha sido pocas veces objeto de análisis en los estudios de traducción. Pero existen interesantes trabajos - sobre todo en los siglos XX y XXI - sobre la relación entre la historiografía y el lenguaje/el discurso/la narrativa, como los de Hayden White (1973, también 1981) sobre la distinción entre "discourse" y “narrative " en la tradición de Jakobson, Benveniste, Genette, Todorov y Barthes, o los de Schepens (1998) sobre la representación de la realidad histórica en la historiografía de la cultura occidental clásica, y por tanto sobre la relación entre la lengua y la realidad.Una constante en todos estos enfoques es el discurso, o la forma lingüística de la historiografía, que a menudo es entendida (parcialmente) como el discurso colectivo de una comunidad, e incluso de un estado-nación. Y sin embargo, la historiografía no debe practicarse necesariamente desde la nación-estado para adquirir legitimidad, como se puede comprobar al considerar sus antecedentes, su “pre-historia”, y quizás incluso su “post-historia”. La articulación del discurso sobre el pasado, o el carácter “narrativo” de la historia ha sido cuestionado en el transcurso del siglo XX por su supuesta carencia de valores científicos. Y a pesar de los enfoques cambiantes, la historiografía siempre ha dependido de la lengua, o de las lenguas: es su instrumento principal en la captura, la comunicación y la interpretación de los acontecimientos del pasado, cuando al mismo tiempo el idioma y la traducción no parecen formar parte de los parámetros observados a la hora de juzgar el contenido científico de la historia. Por otro lado, hay que señalar que la historiografía no se desenvuelve únicamente en el marco de los textos científicos, sino que se expresa también en diversas formas y registros, entre el popular y el académico. Y el descuido del factor idioma o traducción se manifiesta en todos los registros. La forma en que otras disciplinas enfocan su historicidad o diacronía, su carácter narrativo y lingüístico, es un tema que excede por ahora los límites de nuestra discusión. Ahora bien, el papel del lenguaje y la traducción en el relato historiográfico se explora quizás mejor en base a un cuerpo de textos específico. La muestra concreta de la presente investigación se centra en el descubrimiento y la conquista de América por parte de España; consiste por tanto en el cuerpo de textos historiográficos producidos principalmente por cronistas españoles en los siglos XVI y XVII sobre los acontecimientos correspondientes. Después de todo, este episodio marca un momento crucial en la historia del desarrollo de la lengua en Europa occidental, tal como se manifiesta en la institucionalización de las lenguas vernáculas a través de obras como la Gramática castellana de Nebrija (1492), en la uniformización de las diferencias lingüísticas durante la estancia temporal en las Islas Canarias de los viajeros camino de América, y en la estandarización de la lengua por medio de la imprenta, que hizo posible la producción en masa de la traducción luterana de la biblia y jugó un papel importante en el surgimiento de la ciencia moderna. Cabe señalar que la continua evolución tecnológica desde las sociedades orales a las alfabetizadas, manuscritas primero y después impresas, marca según Walter Ong (1982) la evolución de la conciencia humana a través de la historia; la anotación de las lenguas populares pertenece a esta evolución, y no sólo en Europa occidental. La lengua y la traducción son casi sistemáticamente ignoradas por la moderna historiografía del descubrimiento y conquista de América. El fenómeno puede considerarse como una verdadera laguna en la investigación, tal vez incluso como una “omisión” deliberada y hábil, ya que los beneficios de este tipo de análisis podrían no compensar sus desventajas. Después de todo, la historiografía es un asunto muy sensible cuando de identidad se trata, y de sentimientos nacionalistas, de orgullo e incluso de “construcción” del propio pasado - sobre todo a partir del siglo XVIII. La canonización de ciertos textos, y la institucionalización de la tradición a través de la incorporación de tradiciones nacionales en la narrativa histórica se apoyan en la selección, no sólo de determinados textos sino también de idiomas, de traducciones, y en la sistemática ignorancia de ciertas versiones y formulaciones consideradas “peligrosas”, con el objetivo de evitar que la historia “oficial” u “oficializada” se ponga en entredicho. Las identidades nacionales se crean a través de la "construcción" de una historia nacional, en particular mediante la divulgación de novelas con temas a menudo históricos (Thiesse, 1999). Este poder creativo de la historiografía se confirma en la idea del estado-nación como comunidad imaginada (“imagined community”) (Anderson, 1983), y en la observación que las fronteras lingüísticas culturales no suelen coincidir con las fronteras lingüísticas administrativas y políticas.La historia moderna de América Latina está igualmente sujeta a procedimientos e intervenciones desde ciertas tradiciones históricas que, no por casualidad, se tiñen de colores nacionales y nacionalistas. A pesar de un respeto aparentemente profundo por las fuentes históricas, se crean nuevas combinaciones a partir de fuentes en varios idiomas - sin mención alguna – con las subsiguientes contaminaciones entre diferentes versiones o incluso entre diferentes fuentes, para fundirse en una historia parcialmente "nueva". Además de tales procedimientos de selección existen también los métodos narrativos técnicos, que organizan discursivamente la documentación. Ciertas técnicas están directamente relacionadas con el uso de la traducción; se utilizan para la integración de las fuentes en el texto historiográfico: el discurso directo, el discurso indirecto ("dijo que ..."), el discurso indirecto libre, pero también la incorporación de las fuentes en el propio discurso son sólo unos pocos ejemplos de tales estrategias. El historiador se ve obligado a recurrir a estas técnicas porque el lector no domina el castellano del siglo XVI. Pero estos procedimientos – totalmente legítimos y aceptables - fallan desde el momento en que el historiador deja de mencionarlos, o cuando no admite recurrir a estos procedimientos, cuando los utiliza como medio de encubrir la identificación de sus fuentes, o como manera de preservar e incluso intensificar la emoción de la historia. El historiador que considera el uso de la documentación como una evidencia, haciendo invisibles las fuentes utilizadas e impidiendo de este modo toda posible discusión, origina una historiografía independiente y sui generis, por lo que las posibilidades de confrontar el discurso con otras versiones (anteriores, o en otras lenguas) se pierden. La información, e incluso la moderna interpretación de la historia tomarán inevitablemente senderos equivocados. En efecto, la traducción constituye la manera por excelencia de esconder información falsa, porque reduce las posibilidades de control de la información exacta. Una bibliografía “general” o "global" puede enmascarar ciertos problemas que no son abiertamente reconocidos. Las comillas pueden crear la impresión de citas literales cuando no es el caso. El texto puede ser una traducción oculta, o una nueva interpretación del autor. Resulta que el autor español del siglo XVI escribe a veces un francés perfecto, un inglés impecable, un alemán clásico, ... El contenido original, exótico o alienante de las palabras indígenas y de los realia en el contexto español se ven mitigados por el exotismo nuevo del español para el lector francés, inglés, alemán ...; lo "domestic" o propio se convierte en “foreign” o extraño, por lo que las distancias entre el yo y el Otro, o las diferencias con América Latina, y por tanto también el sistema de las metáforas, se encuentran completamente modificados.Sin querer (a priori) acusar de oportunismo a los historiadores, podríamos sospechar que los mismos ponen la historia patas arriba - intencionalmente o no – o que son en realidad "profetas del pasado", en palabras de Schlegel, puesto que la mirada con la que observan su objeto contribuye a construir el pasado. De hecho, la historiografía es también formulación, incluyendo la puntuación; y el uso de esta puntuación es un tema oscuro en la historia de la lengua y la gramática, no solo en latín, sino también en la redacción del discurso oral. En consecuencia, se deberían tener en cuenta tanto factores técnicos como ideológicos. ¿Cómo podemos demostrar que estos procesos - los mecanismos de selección, las estrategias retóricas y las intervenciones discursivas – son características de la historiografía, y que no son el resultado de coincidencias en un selecto grupo de textos? Entre los muchos textos sobre el tema de nuestra elección, el descubrimiento y la conquista de América por España, hemos seleccionado documentos que representan varios registros, diferentes formas de historiografía, una variedad de países, regiones e idiomas, con una clara contribución de las tradiciones nacionalistas y para diferentes audiencias. En primer lugar, se analiza un corpus inicial que consta de textos popularizados y científicos sobre el tema, escritos en varios idiomas europeos, principalmente de los siglos XX y XXI. De este estudio parcial se desprende que la historiografía contemporánea no se destaca por su claridad; al contrario, pone en evidencia, esencialmente, elementos de “adaptación” y de "manipulación" de las fuentes por medio de diversos procedimientos. Nada sin embargo permite poner en duda la seriedad con la que los historiadores contemporáneos y los expertos en historia llevan a cabo sus investigaciones. El problema debe buscarse por tanto en el campo de las fuentes de información, en todas sus manifestaciones.El estudio de las fuentes se hace a través del estudio de caso de un texto emblemático de Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación de la Destruyción de las Indias (Sevilla, 1552), a través de cinco siglos y siete idiomas. En este estudio se pone a prueba la hipótesis que los científicos contemporáneos difícilmente pueden llegar a conclusiones exitosas en el estudio de la historiografía del descubrimiento y conquista de América porque esta se encuentra alterada desde los principios. El propio Las Casas presta poca atención a los problemas lingüísticos; no menciona generalmente el idioma en que habla un protagonista, no distingue entre la comunicación escrita u oral. Tampoco intenta marcar el discurso (oral); al contrario, impone al texto su propia lógica narrativa interna. Su discurso es transcultural o transdiscursivo: protagonistas de culturas totalmente diferentes se encuentran reunidos en escenas imposibles con diálogos totalmente irreales e igualmente imposibles. Estos problemas se multiplican exponencialmente a medida que el texto se traduce repetidamente, en forma directa a veces pero a menudo de manera indirecta o en traducciones “de segunda mano”. Estos fenómenos no impiden obviamente las aspiraciones legítimas de los investigadores científicos. Sí explican las razones por las que trabajos del más alto nivel faltan a las normas generalmente aceptadas de la citación y del sistema de referencia, de modo que se estrecha cada vez más la red que se teje en torno a la cuestión de saber quién exactamente ha dicho o escrito qué cosa, quién toma la palabra y en qué idioma.
No es nuestra intención desentrañar la evolución de la historiografía al respecto. Sí procedemos a un análisis crítico de la historiografía sobre el tema desde el punto de vista de la lengua. La institucionalización de la tradición - o la canonización de algunos textos y versiones en idiomas específicos – tal como se ha llevado a cabo en los últimos quinientos años, se examina sobre la base de este estudio de caso; se investigan las opciones, las alternativas y las técnicas de lengua y de traducción que pueden revelar en la narrativa historiográfica la inserción de eventuales tradiciones nacionales, y la selección de ciertas versiones y adaptaciones a una propia lógica interna (como se desprende del estudio del material contemporáneo). Nuestro estudio de caso consta de 4 partes: (i) una introducción a Las Casas, su obra, y más concretamente la Brevísima relación (ii) un status quaestionis del estudio sobre la Brevísima relación (ediciones, reimpresiones, selecciones, traducciones en Europa; reimpresiones y selecciones en América Latina, ...) sobre la base de un cuadro comparativo y un árbol genealógico del texto en sus diversas manifestaciones, (iii) un análisis textual (descriptivo y comparativo) de fragmentos de la Brevísima relación en varios idiomas, tal como aparecen en nuevas traducciones contemporáneas, pero también en traducciones históricas modernizadas, y (iv) un análisis crítico de estudios de recepción existentes en cada una de las tradiciones estudiadas (la castellana, la francesa, la inglesa, la italiana, la alemana, la holandesa y la latina), principalmente en lo que toca a su reflexión acerca del idioma. Se estudia el aspecto sincrónico, o la manera en que se escribe la historiografía en cada período e idioma. También se examina el aspecto diacrónico, o la sección vertical, en su manipulación discursiva del texto fuente (lagunas, efectos compensatorios, etc.), debida probablemente a los cambiantes puntos de vista sobre la historiografía. El estudio se realiza sobre la base de fragmentos más susceptibles que otros a la manipulación porque cumplen con ciertos criterios, tales como la ausencia de cualquier intento de marcar el discurso (oral) o la presencia del discurso directo e indirecto, el uso de la prosopopeya (o la personificación); pero también fragmentos que dan testimonio de las intervenciones del autor o del traductor con miras a la introducción de su propia lógica interna, denominados "pasajes viciosos" ("passages vicieux"), y que funcionan como "traidores" ("espions", Spitzer 1923: 217) de esas intervenciones ("porque, después de todo, pues, por, ya que, uno, es mejor ..., ..."); y por último, fragmentos en los que aparecen otras estrategias retóricas (como la ampliación). El análisis comparativo de estos fragmentos puede arrojar luz sobre la función de las (o de algunas) traducciones del texto. Este análisis nos lleva a la conclusión que, a través de una serie de técnicas lingüísticas y de traducción, las tradiciones europeas dan forma a varios perfiles de Las Casas como historiador: un perfecto castellano del siglo XVI, un holandés del siglo XVI lleno de rencor contra los españoles, un inglés anti-católico y anti-irlandés del siglo XVII, un protestante francófono anti-español de las XVII provincias de los Países Bajos, un francés amante de las bellas letras del siglo XIX, ... Las voces se van enredando más y más hasta que resulta casi imposible determinar quién pronuncia qué palabras, como en el palimpsesto (múltiple) de Genette (1982). Por extensión, este análisis nos muestra la forma en que la lengua, y especialmente la traducción, suele usarse una y otra vez para contar una nueva historia, una historia propia al amparo de nociones tales como "la verdad (histórica)", "la realidad", "equivalencia", "lealtad", "respeto del texto original", "mejora y embellecimiento", "modernización", etc. La pregunta acerca de la pertenencia científica de la presente investigación (¿ciencia de la traducción? ¿historiografía?...) es poco importante, pero tiene la virtud de llevarnos a la reflexión sobre la estrechez de miras de las diferentes disciplinas, en parte por su visión a-histórica de la lengua. La traducción no es solo el objeto de estudio de la traductología; en este mundo globalizado, pertenece a la esencia de todo conocimiento, y probablemente de todas las disciplinas. La evidente historicidad de los textos traducidos en el corpus histórico-cultural revela probablemente aspectos importantes de la historicidad de las disciplinas "científicas".